sábado, 15 de junio de 2013

Noche estrellada por accidente
que me descubres de nuevo tus encantos,
al albor de las sombras amables
me deleito de tu olor infinito.

Veo que he perdido oficio
de tanto jurar no volver a probarte,
de tanto engañarme a mi mismo
(que la cabra tira siempre al monte).

Y esta que te escribe te añora,
monte de mis sonidos, colores y sabores.
Monte que la vida floreces en mis sienes.
Monte que a la luz me devuelves.

Y escribo como el que respira
y, por ello, riego mi cara de verguenza.
Por no pelear cada día que te recuerdo.
Por no esparcir tu simiente en mi camino.

Pero que leches camino!, en mi vida.
Que las cosas se llaman como son.
Y es que no tengo vida sin ti,
sin ti, mi poema, ni siquiera sé que soy.

sábado, 2 de febrero de 2013

A mis errores

El suelo arranca, como garra felina,
de mi mirada perdida en su faz la verdad que oculta.

Enterrada en vida mi palabra
he vagado sin ella este tiempo.
Mutilada, ignorada y negada mil veces.
Paria vagabunda en su propio hogar.
Y todo por nada.
Los caminos se eligen, muy a pesar de uno mismo.
Porque parecen impuestos,
cuando son mansas y rojas alfombras.
Estelas anodinas que están para ser recorridas
en el momento preciso.
O simplemente pisoteadas, según se tercie.
Y es por eso que no culpo a nadie.
Fueron mis pies necios los que torcieron la dirección.
Fué mi imprecisa consciencia
la que marcó el camino que hoy audito,
saldando en negativo mi cuenta.
¿Qué queda de aquellos sonetos imperfectos?
¿De aquellos amagos de romance?
¿De aquellos apuntes livianos a los ojos, pesados a la razón?
Se fueron con la tramontana
para perderse tras las montañas del egoísmo intrínseco de mi género.