Cuando al árbol marchito, la estocada,
de este frío metal y verdad fría
se le atina en su bien y en justo día,
se le hace nido, calor y alborada.
Y en la yaga, voráz y descarnada,
desprovista de luz y de alegría,
será posible ver que cante y ría.
Serán sus labios de pena enterrada.
Y el gran vacío del adiós injusto
será cubierto por los brotes tiernos,
briznas de verde, pálida esperanza,
con fuerza nueva de su nuevo busto
que a vencer sus raices al invierno
se aproximan raudos en lontananza.
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